Resumida crónica de los primeros habitantes de las costas del litoral argentino En una tarde cualquiera, de hace 500 años, el Paraná repetía su relato eterno. Su paso lento, castaño, salvaje y natural. Siempre atento ante el graznido de los pájaros, el canto de los oleajes castigando las costas, el ondular de los vientos rebotando en los arboles y pajonales. En ese paisaje tan cotidiano el hombre se mestizaba en él. Uno más de la parte del todo. La Patria Chaná, N’Dorí. Hace medio milenio, todas éstas pampas eran dominio de ellos. Celosos ante el cuidado de otros pueblos nómades que birlaban lo que conseguían con esfuerzo, en comunidad, los chanás custodiaban sus recursos con una estrategia que fue temida por el europeo cuando llegó a la región. “Los registros de la población chaná se remonta a hasta casi 3 mil años de la llegada de los genocidas españoles.”, así los afirma Gabriel Cepeda, maestro artesano de Granadero Baigorria, quien es uno de las personas que más ha estudiado la cultura y la cosmovisión Chaná. Trabajos arqueológicos en la zona de islas han podido reflejar ese dato. La Nación de éste pueblo originario se expandió desde el Paraná medio santafesino, aproximadamente la localidad de Malabrigo, hasta el delta bonaerense, todas sus costas lindantes, toda la provincia de Entre Ríos, sur de Corrientes, el río Uruguay y parte de la república Oriental del Uruguay sobre la vera del río Negro. O sea, Granadero Baigorria, antes de la masacre, el etnocidio indigenista y las inmigraciones masivas, era parte del extenso territorio de los guardianes del río. Mujeres y hombres que vivían en común unión, solidarios y justos. Hay que diferenciar que los chanás eran un pueblo con sus propias características. No eran guaraníes, ni charrúas. “Tenían su lengua, sus prácticas religiosas, formas de organizarse en comunidad”, rememora Cepeda. A su vez también es dable decir que el término chaná – timbú, como se lo puede nombrar es una referencia hecha por los guaraníes, pues los chanás cuando iban a enfrentamientos con otras tribus se atravesaban una pluma de loro en la nariz. En guaraní “nariz agujereada” se dice timbú. Ahora, cómo fue que una comunidad tan grande y extensa en el territorio litoraleño, haya sido tan olvidada, que recién en estos tiempos se está rescatando sus valores e influencias. Gran parte de esto se debe a que el chaná hizo del silencio su estrategia ante el ataque de otras poblaciones y del mismo español. La quietud, confundirse con el sonido natural de las islas, del río, de los pájaros, de los vientos costeros, fue su mayor triunfo durante siglos. Los chanás casi no hablaban entre sí. Los perros eran sometidos a una intervención donde se les cortaban las cuerdas vocales para que no ladraran. Fue el silencio su método afiatado por los años donde radicaba su capacidad de defensa. No es que fuera era un pueblo guerrero, pero si estaba atento al saqueo de otras tribus que merodeaban el Paraná. Cada familia tenía el deber, durante una luna, de hacer vigilancia en puestos en las islas y costas. Ellos deberían informar la llegada del agresor y ahí era cuando la ferocidad chaná se desataba. Éste pueblo creía que el espíritu de las personas habitaba en las cabezas, así que una vez que se enfrentaban los chanás, al grito de “ya ñá”, estás muerto en su lengua, avanzaban con la misión de cortar los cráneos de los enemigos. “Cuando el invasor era muerto los chanás llevaban los cuerpo hacer descarnado por hormigas, y luego el esqueleto, sin cabeza, eran colgados en los límites de los dominios de las comunidades, como una advertencia”, comenta Gabriel Cepeda. La Nación Chaná era matriarcal. Las mujeres eran las que llevaban el legado de la transmisión cultural, que era relatada de madre a hija, generación tras generación. También eran ellas las alfareras de la comunidad, las que cocinaban las cerámicas en hornos creados por el hombre. También el chaná era el que buscaba las arcillas para que las mujeres pudieran trabajar la tierra. Si algún varón golpeaba a una integrante de la población le esperaba la muerte. “La mujer era altamente respetada. El hombre que osaba pegarle a una mujer, sólo podía escoger la forma que deseaba morir”, resume Cepeda. Los niños chanás también eran protegidos. A los 13 años, tantos los chicos y las chicas, pasaban a la vida adulta, luego de sortear varios actos de destreza. “La ropa que tenían eran hecha con fibra de ortiga, que se tejía”, cuenta a El Urbano Gabriel. Todo lo que involucraba la búsqueda del bien común era realizado entre todos. Como es el caso de el levantamiento de las islas para evitar las crecidas del Paraná. Con un trabajo cooperativo todos levantaban el terreno donde habitaban. En la actualidad se puede ver en las islas terrenos altos logrados por los chanas hace centurias. El dios que habitó por estás costas, creador de todas cosas, durante el predominio chaná fue Tijuimén, padre del sol, Dioí, y la luna era hijo de éste, Aratá, que para ellos no era femenino, sino masculino. El chaná no era de festejos. Como dijimos el silencio necesario hacía que la población tuviese pocos espacios de diversión. Pero se saben dos instancias, donde estos expertos de la navegación del río homenajeaban. Uno era el nacimiento de mellizos o trillizos, pues la llegada de nuevos integrantes aseguraba la preservación de la comunidad y la llegada de nuevos guerreros. “Con señales de humo se invitaban a las otras comunidades a festejar y agradecer a Tijuimén”, dice el artesano baigorriense. Otro momento festivo era la llegada de otras comunidades originarias desde el oeste, que venían navegando por el río Carcarañá, desde Córdoba. Ellos eran los comechingones, que cada 5 lunas grandes, o sea cada lustro, llegaban a esta zona con piedras, hiervas, flores, especias, de esos lugares, y el chaná lo esperaba con pescados ahumados y cerámica. El trueque, el intercambio cultural era algo esperado y trabajado por toda la comunidad. En trabajos de excavaciones y recupero se ha hallado elementos traídos desde el centro oeste argentino, en las islas vecinas a Granadero Baigorria. El idioma chaná “La lengua chaná se creía desaparecida. Los últimos reportes de escritos databan de hace 200 años. Pero la tradición de la enseñanza entre madre e hija, se pensaba perdida”, comenta Cepeda. “Pero no fue así. A Blas Jaime su madre le enseñó la lengua y la cosmovisión Chaná”, agrega. Blas es descendiente del pueblo que tenía como firme convicción pasar el acervo cultural a través de las mujeres. Pero su madre, al no tener hijas, y temer el fin de su identidad, rompió la tradición y pasó todos sus conocimiento a él. “A los 13 años la mamá de Blas comenzó a transmitirle palabras en idioma chaná, y comenzó un reconstrucción de la cultura. Le explicó sobre la vida, el respeto a la naturaleza, el paso de los chanás por la historia”, afirma Cepeda. Durante 20 años, hasta la muerte de la madre de Blas, el muchacho, oriundo de la ciudad de Paraná, Entre Ríos, recibió todo lo que ella sabía sobre los chanás. Son tan fuertes los lazos chanás con la costumbres, que Blas dudó décadas hacer público sus conocimientos. Por eso fue cuando se jubila, 30 años después, que el hombre decidió contar los que sabía, difundir su lengua y su cultura. El 2005 el investigador del Conicet y lingüista, Pedro Viegas Barros, toma conocimiento de una persona hablante de la lengua chaná. El escepticismo invadió al estudioso, quien sabía qué último reporte escrito sobre esa etnia procedía de 1823, cuando el fraile Dámaso Larrañaga escribiera “Compendio del idioma de la nación chaná”. Viegas Barros constató la veracidad de los dichos de Blas. En 2014 se editó “Diccionario Chaná-Español Español-Chaná”, con más 250 palabras rescatadas para la humanidad. El ocaso chaná y los pueblos originarios del litoral argentino La vida en la región era lenta y buena. Así lo fue durante milenios, hasta llegada de los europeos al continente. En la región se dio el primer asentamiento colonial de los que sería Argentina. El 9 de junio de 1527, el navegador veneciano, al servicio de la corona española, Sebastián Caboto, levantó, junto a su expedición, el fuerte Sancti Spíritu, a la vera del río Carcarañá, a 5 kilómetros de la desembocadura del río Coronda, en la actual localidad Gaboto y a 40 kilómetros de Baigorria. Desde allí, los indios de la zona, y en especial los chanás, fueron sometidos a la esclavitud y mansedumbre. Los maltratos y asesinatos étnicos del conquistador hizo que los chanás destruyeran el fuerte, en 1529, con el poder que da la justicia en manos de los pueblos. El europeo avasalló a todos los pueblos originarios. Los minimizó. Y el Chaná fue de las etnias que más padecieron la persecución, porque eran guerreros e inquebrantables ante el dominador. Durante los 300 años restantes se le fue prohibido hablar en su idioma, a tal punto que a las mujeres se les cortaba la punta de la lengua, para que no difundan sus conocimientos. Decir ser chaná era casi una condena a la muerte. Una vez más, la Nación Chaná La etnia Chaná navegó por el Paraná. Anduvo por éstas costas, las mismas que hoy disfrutamos en una tarde de sol. Cuidó de la naturaleza, de los árboles. Respetó la tierra, como un ser vivo. No es difícil imaginarlos cruzar el río, con sus canoas, o escondidos en mayor de los silencios, confundidos en las islas. Los chanás fueron dignos guardines de lo que hoy tenemos. Un pueblo diezmado por la codicia y la ignorancia de aquellos que vinieron a nombre de un dios que poco sabía del amor al próximo y la nobleza, como si enseña y practicaba Tijuimén. Pero las victorias no son pírricas. Son lentas, justas. Lleva tiempo, mucho tiempo. Silentes y valientes como los chanás. La vuelta a la lengua, el redescubrir de su cultura y sus costumbres por los que hoy habitamos sus territorios, es parte de ese triunfo necesario para todos los pueblos libres, y hermanos, del mundo.