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Sábado, 18 Mayo 2013

La muerte de Videla y nuestro juramento de seguir buscando la igualdad

Opinión Hugo Cravero

 

1


Ha muerto un verdadero reverendo hijo de mil putas. Un asesino. Un torturador. Un ladrón de niños. Un idiota útil de los que siempre han saqueada a la Argentina. Un cómplice de flagelos que aún persisten en el ADN de todos los que seguimos en la senda de los buenos.


Ha muerto Jorge Rafael Videla, signo de la última dictadura, y por primera vez en mi vida quisiera creer que el infierno existe como antónimo del cielo. Que el averno no sea encantador, como cantara el Indio, sino que sea una eterna tempestad, sin perdón… sin olvido.


Apenas escuché la noticia, esta mañana de la voz de un compañero luminoso como Víctor Hugo, sólo me vino el recuerdo de otros hermanos que no logré conocer, pero de tanto escribir de ellos, de tanto haber marchado por ellos, de tanto haber llorado por ellos, es como si sus altas figuras las hubiese conocido desde siempre.


2


Me vinieron los cumpas que la dictadura sometió en la Calamita, la más oscura historia de nuestro pueblo, Granadero Baigorria. El ex centro ilegal de detención de personas que funcionó desde finales del 75 a mediados de 1978 en Eva Perón 1530.


Me vino la suave fragancia y su pelo cano de Laura Repetti. Una mesita ratona. Un grabador destartalado. Un tecito y su relato de cuando fue raptada junto a su marido Rubén Flores y su hija Marina el 7 de junio de 1977 y trasladada a la Calamita. La libertad a los pocos días junto a Marina y el recuerdo de Rubén que quedó en el horror de la quinta que estaba bajo el control del 2º Cuerpo de Ejército.


Llegó también como un soplo la crónica que hizo alguna vez a este periodista Iván Fina, el huérfano de madre, padre y hermano. Iván perdió a su familia un mismo día, cuando un 10 de agosto de 1976 un patota asesina mató a tiros a Víctor Hugo, su papá, en una emboscada en su casa de Valparaíso al 2000 de Rosario, mientras que él y su mamá, Isabel Carlucci, estaban en Capitán Bermúdez, donde ella trabajaba en una concesionaria de autos. Por esos tiempos de espanto y locura, esa misma mañana, casi de manera simultánea, otras mierdas de la misma talla de los sicarios de su padre raptaban a Isabel, embarazada de 6 meses. Iván, que tenía casi un año de vida, había quedado en la casa de su abuela con fiebre, por eso zafó de la masacre.
Ese hombre joven, de unos treinta y tantos de años aun busca a su hermano o hermana. Sólo sabe que a su mamá la habían llevado a La Calamita y que estuvo allí hasta cercano el parto. En julio del año pasado, el cuerpo de Isabel fue reconocido en el cementerio La Piedad. La búsqueda de Iván aun no se detiene. Hay un hermano, un nieto más para recuperar.


También llegó la presencia de Tito Messiez, militante del Partido Comunista y responsable de organización de su querido partido. El 22 de agosto de 1977 fue secuestrado por unos cobardes de la puerta de la copistería “La Manija” en el centro mismo de Rosario, enfrente de la Facultad de Humanidades. Tito, que de él dependía la seguridad de un número importante de camaradas en clandestinidad, no cantó un solo nombre en la tortura de la fúnebre Calamita. Alguna vez su hija Alicia lo recordó como un militante feliz, de mente sana, alegre en el camino de una sociedad sin perdedores. Siempre decía: “yo milito por conveniencia, porque sé que mis hijos vivirán en un país mejor, sí hoy me esfuerzo”.


3


A Videla no que hay olvidarlo, aun que duela en el alma. Aun andoe nauseas.


Recordar que murió solo, preso, en una cárcel común, condenado por todos a penar sus culpas a perpetuidad. Nunca dejemos de lado la verdad de que esto ocurrió porque hubo miles que lo pedimos a los gritos y un gobierno valiente capaz de leer este reclamo.


Pero atentos, porque en éste presente bisagra otros secuaces del terror avanzas con la decisión de ganar espacio y recuperar sus privilegios. O simplemente acumular más.


Los métodos de pasado se perfeccionaron. Hoy tienen herramientas masivas de comunicación para convencer a millones. A enlodar el presente. Nada más le importa que sus intereses, cueste lo que cueste, sin mediar vidas.


Si ayer el terror fue disciplinador, hoy las calumnias y las mentiras buscan el mismo resultado. Compran y venden un circo mediático.


Es nuestro deber, en memoria de los seres más leales a los sueños colectivos, honrar el compromiso. A no bajar la guardia como una lección de la historia. Debe ser carne de todos nosotros saber que no pudieron y no podrán con la búsqueda inquebrantable de la igualdad.


A estar alertas, para no detener los cambios, por honor a los que perdieron sus vidas.


Por ellos y por la responsabilidad que nos toca en este presente histórico y único de dejar otro país justo y posible a los que vienen.