Martes, 13 Octubre 2020

Basta de matar las flores

Por Lic. Hugo Cravero, militante del Partido Comunista Argentino

Mataron a Florencia Gómez.
A la piba madre de dos nenas, militante, artesana. La que le ponía el cuerpo y el alma cada tarde de fin de semana de chocolates y tortas en la placita del Che.

Asesinaron a Florencia.
A la mujer que se construyó como ser humano en las extensas jornadas de arte y cultura junto a sus hermanos de la agrupación Kumelén, esa experiencia única que combina alegrías y compromisos, en el corazón mismo del departamento San Martín.

Le rompieron la cabeza y la intentaron violar a Flor.
La comunista, la compañera de Lisandro Schiozzi, ese muchacho de 30 años que es concejal y marxista en San Jorge a fuerza de amor y honestidad. Esos mismos valores que transitó la joven de 34 años, siempre cargada de energía y felicidad.

Un criminal mató a Flor.
Justo a ella que desde la izquierda, y sus compañeras, venía peleando, como millones de mujeres, por esa equidad que transciende fronteras y se acerca al socialismo del siglo XXI.
Ella que estuvo en cada marcha del “Ni una menos”. Ella que no tenía problemas de discutir por el aborto legal y seguro en una de las localidades más conservadoras de la provincia.
Ella, hermosamente rebelde.

Fue un femicidio lo de Florencia.
Había salido a caminar en la siesta cálida del lunes 12. Le había dejado las nenas a Lisandro y no volvió más. La encontraron muerta, semidesnuda a un kilómetro del casco urbano sanjorgense, al oeste de la ciudad.

Florencia ya tenía una condena a muerte al nacer. Como cada mujer que navega por este planeta. Esa sentencia que viene desde el patriarcado asesino y neoliberal. Pero en ella, como tantas otras compañeras que no callan, que van con todo al rebote, pesó su condición de ser libre y luchar por esa libertad para sus pares, sin medir consecuencias. Este no es dato menor, mucho menos cuando el odio se televisa en horario central con cámaras y drones.

La muchacha de nariz aguda, ojos negros y calmos, cara redonda, ilumina desde su risa.
La placita del Che está a pleno. Es domingo de un agosto fresco y ventoso, y el piberío viene de todos lados, pero en especial de ese San Jorge profundo donde la renta multimillonaria de la soja no llega, ni derrama.
Lichi, lidia entre sus hijas y un programa radial donde se habla de igualdad. De todas las igualdades posibles.
Los compañeros van y vienen, pero es ella la que organiza, ordena y comparte.
No deja un rato de sonreír. Nunca lo hace. Ni cuando reparte las cargadas tasas de chocolate humeante, acompañadas de facturas y porciones tortas.
- Chicos que nadie se quede sin tomar la leche, ni de comer una factura – dice su voz potente y levemente disfónica, que retumba hasta el último hueco de amplio predio.
La tarde va cayendo. El sol que se esconde detrás de unos altos eucaliptos hace que la briza comience a helar el aire.
Pero Flor no se da por enterada. Había algo más urgente y solidario. Hacer el milagro de que nadie se vaya sin haber comido. Extraña paradoja en unas de las ciudad más ricas del país.

No apagaron a Flor.
Su lucha y su misión sigue intacta.
No se fue Flor.
Si sigue aquí. Comunista, libre, justa, feminista. Las mejores cualidades humanas que ningún asesino matará.