Domingo, 14 Febrero 2021 Ni olvido ni perdón

Mi barrio y el menemismo

Por Lic. Hugo Cravero

Director Grupo Urbano

El Gallego no lo dudó.
- Mirá si me voy a quedar sin laburo. Mirá si un peronista va a parar los trenes. Imposible - dijo con la seguridad inquebrantable de un militante, como su viejo, como su hermano, todos ferroviarios.
El presagio del vecino quedó por los suelos cuando se dijo: “Ramal que para, ramal que cierra”.
Después el derrumbe, la granjita en la barriada del oeste baigorriense, la guita de la indemnización hecha bolsa, el fin del matrimonio, sus borracheras y su soledad.

El sindicalista de Martín Fierro era Don Cejas. Era del Smata. Peronista desde siempre, cuando decirlo ponía en riesgo la vida propia y la de sus allegados.
El hombre era una suerte de potentado en la calles polvorientas del barrio que se debatía todavía en la semiruralidad. Un caudillo solidario que siempre estaba dispuesto a colaborar.
A los pocos meses de asumir el nuevo gobierno en 1989 el semblante le cambió. Quedó afuera del gremio y sin trabajo. Su imagen se fue desvaneciendo, su voz se quebró y se fue apagando de a poco.
Probó con la política, quiso ser concejal, pero sumó un manojo de votos.
Un día, uno más que los sobrevivientes de la segunda ola neoliberal atajábamos la miseria como se podía, nos enteramos que había muerto, junto a su familia y con el sueño inconcluso de igualdad.

En el puentecito de mí casa, en la vereda de calle Namuncurá, con los pibes nos sentábamos para poder tomar poco de agua y aire, para seguir jugando al fútbol.
En esas tardes de adolescencia y juvenillas vimos como el ejercito de laburantes, que a las 5 volvían de sus trabajos, se fue desgranando. Los hombres, de ropa engrasada, o con restos de madera aserrinada, comenzaron a faltar, de a diez, de a cientos.
En esos años de la última década del siglo XX, la desocupación se trasladó a los remisses de alquiler, a las rotiserías de 3 pollos con papas a 10 pesos, a la informalidad laboral.
Martín Fierro, como cualquier barrio de la Argentina, dejó su nobleza obrera para ser una desolación vacía de esperanza y progreso.

Mi viejo se quedó sin laburo a los 40 años.
Cardema, la gran carpintería de San Miguel, que hizo que centenas de trabajadores del país se mudaran a Baigorria por la seguridad laboral de la fábrica, cerraba sus puertas en los años 90' porque no podía sostenerse ante la apertura de importaciones.
- Qué querés que haga, que salga a robar. Cerraron y nos quedamos sin trabajo - supo decir el hombre hoy de 70 años que logró jubilarse gracias a esa revancha social que fue el kirchnerismo.
En primera persona vi su deambular en empleos mal pagos, sin aportes, negreado. Su vida y su salud se la llevaron puesta el neoberalismo menemista y aliancista.
Él sólo es una muestra de los que pasaron miles de argentinos que no especularon con el dólar en paridad con el peso, ni viajaron por el mundo comprando barato lo que acá ya no se fabricaba.

Carlos Saúl Menem fue un traidor.
Un peronista que usurpó su partido junto a otros cómplices, beneficiando a las minorías que supuestamente combatía.
Un político que se alió con los mismos que luego gobernaron, con uno de los suyo, el país de 2015 al 2019.
No puedo ser un hipócrita. No festejo su muerte, pero no doy condolencias.
Menem no sólo fue un corrupto, fue un títere que dejo el país destrozado y endeudado. Secuelas que hoy vivimos y padecemos.

Nunca más Menem.
Nunca más Macri.
Nunca más neoliberalismo.

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